La artroscopia es una técnica quirúrgica mínimamente invasiva que examina y repara lesiones en articulaciones usando un artroscopio, un instrumento equipado con una pequeña videocámara y una fuente de luz. Esta cirugía permite al cirujano ver el interior de la articulación en tiempo real, proyectando imágenes detalladas en un monitor, lo que facilita diagnósticos precisos y procedimientos quirúrgicos con alta precisión.
La artroscopia reduce significativamente el tiempo de recuperación en comparación con la cirugía abierta tradicional. Esto se debe a que la artroscopia requiere solo pequeñas incisiones, generalmente de menos de un centímetro, a través de las cuales se insertan el artroscopio y otros instrumentos quirúrgicos. Estas incisiones mínimas no solo mejoran los resultados estéticos, evitando cicatrices grandes y visibles, sino que también disminuyen el riesgo de infecciones y complicaciones postoperatorias.
La cirugía artroscópica se realiza bajo anestesia loco-regional, aunque en algunos casos puede emplearse anestesia general dependiendo de la complejidad del procedimiento y de las condiciones del paciente.
Las articulaciones más frecuentemente tratadas mediante artroscopia incluyen la rodilla, el hombro, la cadera, el tobillo, el codo y la muñeca. Entre las afecciones que pueden abordarse con esta técnica se encuentran los desgarros de ligamentos, lesiones de meniscos, problemas de cartílago, y la extracción de cuerpos extraños dentro de la articulación, entre otros.
La recuperación y rehabilitación postoperatoria varían según la naturaleza de la intervención realizada y las características individuales del paciente. Generalmente, el cirujano proporcionará un plan de recuperación personalizado que puede incluir fisioterapia y ejercicios específicos para fortalecer la articulación y restaurar su funcionalidad. El seguimiento médico es crucial para asegurar una recuperación adecuada y prevenir complicaciones.